Así despidió Monseñor Sergio al servidor de todos bueno y fiel
Con una ferviente homilía en la que destacó la figura de cristiano, padre y pastor del Cardenal Julio, Monseñor Sergio Gualberti lo despidió llamándolo “El Servidor de todos bueno y fiel”.
El Evangelio de las bienaventuranzas fue el marco con el que el Arzobispo de Santa Cruz destacó los diferentes etapas de la vida y el servicio del Cardenal destacando sobre todo, su palabra profética con la que denunciaba lo que era contrario al plan de Dios “el profeta, la voz de los sin voz” que lo llevaron a ser blanco de ataques injustos. Afirmó que con su valentía el Cardenal nos enseñó que “hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”.
Monseñor Sergio reveló que el Cardenal Julio durante los últimos días de su vida, murmuraba oraciones a Dios e intentaba bendecir levantando apenas su mano. Pidió a todo el pueblo de Dios que “hagamos nuestro su testimonio y compromiso”
Compartimos con todo el texto completo de esta sentida homilía dirigida al pueblo de Dios, en honor del Cardenal Julio:
SERVIDOR DE TODOS
Queridos hermanos y hermanos, les invito a mirar y vivir estos momentos de dolor, a la luz y en el gozo del misterio pascual, que nos inunda de esperanza cristiana para que no nos quedemos sumidos en la tristeza como aquellos que no creen.
“Yo sé que mi redentor vive…. Yo mismo lo veré, lo contemplarán mis ojos”.
Nuestro querido Cardenal Julio Terrazas, ahora descansa de sus muchas fatigas y participa ya del cielo nuevo y la tierra nueva, viendo y contemplando con sus ojos a Cristo resucitado y glorioso, el vencedor de la muerte que hace nueva todas las cosas. Al reunirnos todos nosotros a la luz de esta consoladora verdad, hagamos que esta eucaristía sea un himno al Dios de la vida y acto de gratitud al Señor Jesús por el don del Cardenal a la Iglesia y a nuestro país.
Esta tarde quisiera compartir algunos aspectos sobresalientes de la vida del Cardenal, no como una apología, ya que no respondería al estilo y modo de ser que lo ha distinguido a lo largo de toda su vida, pero sí, como un testimonio que le debemos para que su figura de cristiano, padre y pastor quede en nuestra memoria como ejemplo a seguir.
“Servidor de todos“, es el lema que él eligió al momento de iniciar su ministerio episcopal y que ha caracterizado toda su vida y ministerio, dando unidad a su pensamiento, sus palabras y su actuación. En ocasión de sus 50 años de sacerdocio así escribió: “Procuré hacerlo siempre sirviendo a todos “lejanos y cercanos”. ¡Sí, el Cardenal Julio sirvió a todos!
“Dichosos los que tienen hambre y sed de vivir conforme al plan de Dios, porque él los saciará”.
Él ha sido un verdadero servidor de todos porque, siguiendo los pasos de Jesús, ha tenido hambre y sed de servir al plan de justicia y de amor de Dios, como su servidor fiel y entregado.
Desde muy joven se encontró con el Señor, puso su confianza en él, escuchó su llamada, dejando Vallegrande, su querido pueblo natal, sin jamás perder su identidad. Optó jugarse la vida por Dios y su causa, el Reino, en la congregación de San Alfonso. Dios y su Palabra fueron el constante e infaltablepunto de referencia a lo largo de toda su existencia y en el ejercicio del ministerio pastoral. La Palabra, acogida, meditada y vivida ha sido la verdadera fuerza de su predicación, más allá de sus grandes dotes de predicador. Todos tenemos muy presente el gesto tan suyo en las homilías: el Evangelio en una manoy con la otra reforzando las enseñanzas que iba dando.
Fue el misionero entusiasta, con una amplia y profunda formación humana y teológica, que anunciaba el Evangelio con tanta pasión y con la palabra convincente que venía del corazón y de su experiencia de Dios: El Dios de Jesucristo en quien creía firmemente, el Dios de la vida, su expresión favorita, el Dios de los pobres, de los sufridos y de los últimos
“Dichosos los mansos, porque recibirán consolación”. En los muchos momentos difíciles de su vida, por su larga y dolorosa Vía Crucis de la enfermedad, por los problemas relacionados a su responsabilidad, por las incomprensiones y los ataques injustos de los que en varias ocasiones fue hecho blanco, tuvo siempre la serenidad y fortaleza para seguir firme cumpliendo la voluntad de Dios, gracias a su corazón dócil a Jesucristo, el Buen Pastor.
Un testimonio conmovedor: en los últimos días, ya postrado en su lecho del dolor, con una voz flébil apenas inteligible murmuraba casi ininterrumpidamente oraciones a Dios: gracias Señor, Aleluya, Señor ten piedad, haciendo ademán de bendecir levantando apenas su mano. En toda su larga enfermedad, ha dado ejemplo luminoso de una fortaleza espiritual insospechada que asombró incluso al equipo médico que con tanto desprendimiento lo estaba cuidando.
Justamente por ser servidor fiel de Dios, ha sido también un iluminado y entregado Servidor de la Iglesia.
Cuantos desvelos y esfuerzos ha puesto para que la Iglesia fuera fidedigna semilla del Reino de Dios. Siempre ha trabajado denodadamente para que el pueblo de Dios crezca en la unidad y viva la comunión, como un urgente testimonio y servicio a un mundo dividido y enfrentado. En este cometido, convocó al II Sínodo Arquidiocesano de Santa Cruz, cuyas líneas pastorales siguen guiando su caminar.
Sus palabras: ”Doy gracias con ustedes por el sacerdocio de Cristo en la Iglesia”. Como sacerdote que amó su vocación, prestó una atención privilegiada a las vocaciones religiosas y sacerdotales, atención que lo motivó a construir el nuevo Seminario Mayor San Lorenzo. No fueron solamente obras, sino que atendía personalmente con gran esmero y de cerca a los seminaristas y sacerdotes, con auténtico espíritu de auténtico Padre y Pastor.
Cuidó con especial esmero los encuentros y celebraciones multitudinarias de Semana Santa, de Corpus Christi y de la Virgen de Cotoca, en las que puso en evidencia el gran valor de la piedad popular, como espacio privilegiado de evangelización.
Las grandes dotes humanas y sacerdotales con las que el Señor le bendijo, extendieron sus beneficios más allá de la Arquidiócesis al servicio de la Iglesia en Bolivia. Entre sus desvelos pastorales, los jóvenes, la Pastoral Juvenil y los laicos fueron los predilectos, animándoles a ser protagonistas en la Iglesia y sociedad.
En esa labor, tuvo una participación activa en el Sínodo de Obispos sobre los Laicos en 1987.
En los distintos períodos de Presidente de la CEB, guio con agudeza y tesón a la Iglesia ante los rápidos cambios sociales, culturales y políticos que han ido caracterizando la vida de nuestro pueblo a lo largo de estas décadas. Creyendo sinceramente en la comunión eclesial, fortaleció los lazos de Hermandad con las diócesis de Tréveris e Hildesheim en Alemania en un intercambio fructuoso de experiencias y vivencias pastorales.
“Dichosos los que trabajan por la paz, por él los aceptará como sus hijos”.
Sirvió también a la Iglesia en América Latina, como Presidente del Departamento de Justicia y Solidaridad del CELAM, participando de las Conferencias de Santo Domingo y Aparecida, y como Moderador del Consejo latinoamericano y Caribeño de Líderes Religiosos por la Paz, dando un testimonio vivo de su vocación de hombre de paz. No la paz de los cementerios, como él solía afirmar, sino la paz cimentada sobre la justicia, la libertad, la verdad y el amor.
Al elevarlo a la dignidad cardenalicia el Papa Juan Pablo II le manifestó toda su estima pidiéndole compartir la responsabilidad de pastorear a la Iglesia Universal, en la Comisión Pontificia para A.L.
Sobre todo, tuvo la gracia de participar en los dos cónclaves que han regalado a la Iglesia dos entrañables pastores: el Papa emérito Benedicto XVI y el Papa Francisco, con quien le unía una sincera y larga amistad. Todos hemos sido testigos del cariño y aprecio que le demostró el Papa al visitarlo en la clínica durante su enfermedad.
En su servicio, no se limitó al pueblo de Dios, sino que se entregó también a nuestra sociedad sin restricción alguna, como eminente y fiel Servidor del hombre. El Señor le concedió una particular perspicacia y sabiduría en discernir los signos de los tiempos, descubrir en ellos los designios de Dios en los acontecimientos de la historia.
Su gran amor al ser humano, a la vida y vicisitudes de las personas y de la sociedad, en todos los ámbitos donde se juega el presente y el futuro, lo hicieron protagonista indiscutible en la vida de nuestro país. En todas sus predicaciones y mensajes, desde los tiempos de las dictaduras hasta su última intervención pública, fue el pregonero y estrenuo defensor de la dignidad del hombre, y de los valores y principios humanos y cristianos. Cada vez que la situación lo requería, hizo escuchar su palabra profética, valiente y clara en resaltar el brotar del Evangelio en la vida de nuestro pueblo, pero también en denunciar todo lo que era contrario al Plan de Dios.
“Dichosos los que tienen espíritu de pobre, porque a ellos pertenece el Reino de los cielos”.
Siguiendo el ejemplo de Jesús, estuvo siempre a lado de los pobres y marginados, los animó a ser sujetos de su historia y de su liberación, y los defendió con gran coraje ante las injusticias de una sociedad desigual y excluyente, buscando salvaguardar, en esos rostros humillados y sufridos, la mancillada imagen del Dios de la vida.
“Dichosos los limpios de corazón, porque verán a Dios”. Su mirada era limpia, su palabra directa y su espíritu entero y sin doblez. Sus intervenciones tenían la única preocupación de alertar y orientar a las conciencias desde el Evangelio, en nuestra sociedad marcada por tantos signos de muerte, y de colaborar en promover una convivencia justa y pacífica entre bolivianos. Así también lo escribió: “Dios me regaló este tiempo para anunciar a “Cristo nuestra paz y justicia nuestra”.
“Dichosos ustedes cuando los insulten, los persigan y, mintiendo, digan toda clase de mal contra ustedes por mi causa”.
Su compromiso indefectible y constante a favor de los últimos y de su dignidad, y su denuncia del narcotráfico, la corrupción y la justicia amañada, provocó reacciones por parte de personas y grupos de poder que, movidos por intereses mezquinos o por ideologías totalitarias, no le ahorraron amenazas y ataques. Se buscaba amedrentar y acallar al profeta, la voz de los sin voz, so pretexto que la Iglesia tendría que estar encerrada en la sacristía.
Pero él no se calló, porque en él pudo más la fuerza y el valor del Dios de la vida y de la verdad: “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”.
Estoy seguro que, en este momento, todos ustedes aquí presentes, quisieran decir lo mucho que lo han querido y apreciado, lo mucho que han recibido del Cardenal y lo que ha significado en su vida personal, en la de la Iglesia y en la vida de nuestro país. Todos llevamos en nuestro corazón una palabra, un gesto, una sonrisa del Cardenal Julio, el “Servidor de todos”, ejemplo que ilumina nuestras mentes y corazones, despierta nuestra esperanza, y alienta nuestro camino hacia la casa común del Padre.
Nos sostiene la esperanza de que en Cristo, la vida no termina con la muerte, se trasforma, y tenemos la certeza de que el querido Cardenal Julio, al cruzar el umbral de la muerte “vio la luz. La luz que entraba por todas las ventanas de su vida. Vio que el dolor precipitó la huida y entendió que la muerte ya no estaba”, como recita una poesía del P. Martín Descalzo ya enfermo de cáncer.
Conservemos con celo su recuerdo, pero sobre todo hagamos nuestro su testimonio y compromiso de trabajar por una sociedad más honesta, justa, libre y fraterna, a la luz de la palabra del Dios de la vida.
Digamos gracias al Señor de todo corazón por habernos regalado el querido Cardenal Julio, y a él le decimos sencillamente que “Dios te lo pague” recibiéndote en su Reino de luz y de paz como el “Servidor de todos” bueno y fiel. Amén.